EL EGO Y EL
ALMA
IVAN DARIO QUINTERO
Zerión
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ISSN 0123—2185
Reservados todos los derechos
Lo más importante en
la naturaleza, dentro de la evolución tanto del ser humano como de todo
organismo viviente, es el aspecto alma.
Alma, del latín
ánimus, es la energía que nos anima, la que nos impulsa, la que lucha porque
vayamos conociendo todo cuanto nos rodea y a través de ese impulso maravilloso
que nos ofrece el entorno, que surja como resultado la experiencia que ha de
convertirse finalmente en consciencia.
Todo cuanto existe es parte de las llamadas energías
del Alma del Mundo, aquella fuerza inconcebible e incomprensible para nuestra
imaginación, pero que es la razón misma de ser de todo cuanto existir pueda.
Para los Rosacruces. el Alma del
Mundo es la Vida del Universo. Ella se
concreta en pequeños vórtices, chispas de vida, Mónadas o Espíritus Virginales,
los cuales progresivamente a lo largo de la evolución, a través del tiempo y
del espacio, han de ir convirtiéndose en Egos, es decir en centros de
auto—sensoconsciencia.
El cuerpo es el templo
del Espíritu, y siendo él de una importancia incalculable en el esquema
evolutivo, lo mantenemos casi que completamente olvidado, dejándolo que actúe
únicamente gracias a la presión que ejercen nuestras necesidades biológicas,
para obtener a través de ellas lo que deseamos o lo que necesitamos, además de
la respectiva experiencia.
Debemos aprender a
cuidar y a apreciar el cuerpo denso en su valiosa magnitud, porque él nos
permite adquirir la experiencia necesaria, para que el alma vaya convirtiendo
todas las experiencias, en la relativa consciencia diferenciada que hemos de
obtener a través del tiempo y del espacio.
Por eso, al cuerpo
hay que conocerlo relativamente hasta donde nos sea posible, en sus aspectos
anatómico y fisiológico, para poderlo nutrir con los alimentos que realmente
necesitemos, y no con los que caprichosamente queramos consumir,
desintoxicándolo oportunamente, y permitiendo así que las energías del Alma del
Mundo, de la Vida Cósmica, puedan circular libremente por todos y cada uno de
nuestros órganos, para lograr una mayor durabilidad de nuestra encarnación,
aprovechando al máximo las experiencias que la vida nos ofrece.
Pensamos que la
encarnación o lo que llamamos vida, es muy larga, pero no lo es tanto. Comenzamos nuestra infancia, pero no nos
interesa nada más que jugar porque somos apenas seres que estamos inmersos en
la consciencia infantil tratando de adquirir experiencia.
Viene luego la
adolescencia, y la locura de la emoción y la fuerza del instinto, presionan
nuestra vida interior por lo que nos interesa más satisfacer los impulsos
efímeros de la emoción y del instinto que van acicateando nuestra vida
interior, que dirigir nuestra vida por el sendero de la reflexión y de la
armonía. Pero al darle salida a la
emoción y al instinto, el resultado es el sufrimiento consiguiente, la
desilusión de la futilidad en la satisfacción de los sentidos, y comprender que
tenemos siempre que seguir madurando, evolucionando.
Llegamos a la etapa
adulta, y la mente racional piensa que lo más importante es la ostentación, la
vanidad, el racionalismo, la intelectualidad y el aparentar a través de una
personalidad totalmente inadecuada, cosas que realmente no somos. Y así prosigue nuestra vida.
Y cuando de un
momento a otro despertamos de este maremagnum
de trivialidades y queremos dedicarnos a la vida interior, nos damos cuenta que
ya estamos ancianos y que lo que podemos hacer para adquirir la verdadera
sensibilidad y consciencia es muy poco, porque la sensibilidad con la cual
nacimos que se hace ostensible en los bebés a través de su ternura, en los
niños en su espontaneidad, su alegría y su maravillosa expresión de felicidad,
se va perdiendo a medida que se crece, se van anquilosando nuestros vehículos
(cuerpos), especialmente en todo lo que tiene que ver con el estrato del alma,
que es el estrato de la sensibilidad, de la belleza, de la ternura, de la
inspiración y de la armonía espiritual.
Los niños viven en el
mundo de la sensibilidad. Por eso el
Señor Jesús haciendo referencia a ese estado decía: "Dejad que los niños vengan a mí y no se los vedéis porque
de ellos es el reino de los cielos", no un lugar situado en el espacio ni
en el tiempo, sino un estado interior, por eso llevamos “el cielo o el
infierno” a donde quiera que vamos.
La felicidad no
depende de nada externo a nosotros, sino de lo que nos hayamos cultivado en lo
interno, en lo sutil, en el alma. Cada
vez que nos esforzamos por cultivarnos en el campo anímico y moral estamos en
el paraíso. Cada vez que cultivamos la
felicidad, la armonía, la bondad, el servicio, el altruismo y, que tratamos de
ser felices consciente y voluntariamente, no importa en qué lugar del planeta
geográficamente estemos, estaremos en paz, llevaremos con nosotros el cielo, y
seremos análogos a los niños como en la parábola del Señor Jesús. Por eso él también añadió: "Si no os volviereis como niños no
entraréis en el reino de los cielos".
Si no volvemos a tener las características de los niños siendo alegres,
espontáneos, sensibles, tiernos, espirituales, no podremos estar en ese estado
maravilloso de la felicidad y armonía interior.
A medida que se entra
a la adolescencia y que el impulso genitor se despierta, la emoción
descontrolada forma parte de nuestra vida, y luego en la edad adulta, la mente
racional inhibe la libre expresión de nuestro ser interno, por lo que nos vamos
alejando de la divina sensibilidad y nuestros vehículos se van “endureciendo”,
ya no tenemos los tejidos flexibles que tiene el niño, ni es amable, alegre,
espontáneo y feliz nuestro rostro, como lo tienen los niños; entonces nos vamos
volviendo rígidos de cuerpo, de mente, de rostro, de emoción y de sensibilidad.
El alma, la parte
mística, sensible, bella, también se va cristalizando poco a poco, y vemos al
adulto adusto, irritable, y al anciano que no quiere saber de nada ni de nadie;
ya nada le importa, ha perdido el sentido de la estética, ha perdido el sentido
de lo bello, ha perdido el sentido de lo espiritual.
Debemos
conscientemente cultivar la mayor armonía posible en todos los momentos de
nuestra existencia. ¿Y cómo
hacerlo? A través de la sublimación
estética para la educción del Cristo en nosotros, buscando tomar contacto en
nuestro corazón con el Alma del Mundo, con la Vida Cósmica a través del amor.
Cuando hablamos de
amor, no nos referimos a la atracción física de naturaleza psicosexual que
ocurre entre el hombre y la mujer, que siendo un proceso natural y por lo tanto
divino, es otra fase del alma, pero es una fase netamente psicosexual. No es tampoco el amor filial que sentimos
por nuestros seres queridos. Es un amor
cada vez más espiritual y espiritualizante el que debemos llegar a sentir hacia
toda vida y hacia todo ser.
Debemos evitar a toda
costa que nuestra vida se cristalice más, que nuestra alma se endurezca. retornando a la niñez, no en la
inconsciencia de la infancia y de la juventud, sino en la naturalidad que
exteriorizan los niños, porque ellos siendo naturales, dicen lo que sienten
realmente, porque lo ven desde un punto de vista anímico y espiritual. No es que criticar pueda ser una virtud o un
vicio, porque no es volvernos criticones, sino naturales.
Los adolescentes se
pasan el tiempo sonriendo; para ellos todo es jocosidad, todo es chiste, todo
es alegría. Nosotros también debiéramos
volver a conquistar esa alegría espontánea que ellos tienen, ver en todo la
parte bella, disfrutar con ellos las sonrisas, la alegría, y con los niños la
ternura y espontaneidad, para ir educiendo la inspiración espiritual que es lo
que nos falta. Debemos cultivar el alma
que es la parte de la Vida Cósmica, del Alma del Mundo que es la gran razón de
ser de nuestra vida y que actúa en nosotros como vitalidad, emoción, mente,
imaginación y sentimiento.
Para el ocultista
Dios no es la máxima consciencia del Universo.
Es la máxima consciencia de un sistema de mundos, como lo es por ejemplo
el Sistema Solar. De tal suerte, que en
cada punto del Universo donde haya un Sistema Solar, existe también una
consciencia de inmensa evolución llamada Logos, quien depende de la Consciencia Cósmica, del Alma del Mundo, del Absoluto, razón de ser de todo
cuanto existe y existir pueda, de aquello que es toda consciencia en sí, pero
no autosensoconsciencia.
La finalidad de
aquella energía Absoluta, Omnipotente del Universo, fue multiplicarse en
miríadas de chispas de evolución, y a través de millones y millones de años de
trabajo permanente en el autoreconocimiento de su propia Divinidad y esencia,
ir educiendo autoconsciencia tal como la estamos educiendo relativamente los
humanos y tal como la han educido también relativamente los Logos solares
llamados por las religiones Dios. Son
esquemas de consciencia, son esquemas de evolución, son esquemas de la vida y
del Ser.
Lo más importante por
lo tanto es la Vida, que se manifiesta en el más insignificante microorganismo, que se
convierte en belleza, colorido, variedad y policromía en los vegetales, que es
emoción, instinto y en movimiento en los animales, que se convierte en
gallardía, belleza, carácter, inteligencia, genialidad, etc., en el ser humano
y en todas las infinitas posibilidades que se encuentran latentes en la
interioridad de nuestro ser, pero que aún no las hemos despertado por falta de
conocimiento, por falta de experiencia, por falta de dedicación a lo más
importante que tenemos que es el alma.
CUERPO - ALMA - ESPÍRITU
De este divino
ternario cósmico surge el ternario microcósmico: el ser humano como síntesis
que se sintetiza en Ego, Alma y cuerpo.
El cuerpo de naturaleza netamente formal, es la resistencia que permite que
el alma vaya obteniendo la experiencia necesaria que ha de convertirse en Ego,
que es consciencia, que unida a la sensibilidad, lleva a que las experiencias
de la vida no se olviden jamás.
Podemos olvidar
relativamente muchas cosas que hemos aprendido, pero aquello que de alguna
manera ha afectado la esfera del alma, no se olvida, bien sea aquello que haya
influido en la esfera de la sensibilidad como una felicidad intensa, como un
dolor moral profundo o bien sea aquello que haya impactado nuestra sensibilidad
fisiológica como una enfermedad, un dolor, una lección o un accidente.
Alma Cuerpo
Ego
En la correspondencia
de este ternario, Dios, la naturaleza y el hombre, Dios, la vida cósmica, la
naturaleza, es la misma vida en todo cuanto nos rodea, y el hombre, la síntesis
entre Dios y la naturaleza.
Se dice que el hombre
es el mediador entre la Divinidad y toda la creación: exactamente, porque el
ser humano es un Dios en formación.
El ser humano está
progresivamente educiendo las divinas cualidades de Dios, el Logos, la
Divinidad de quien fuimos emanados lo que progresivamente va permitiendo que
vayamos conquistando la sensibilidad y la consciencia, que son los más
extraordinarios logros en la evolución, derivado de las experiencias de nuestro
cuerpo denso.
Un ocultista haciendo
referencia a los tres estratos del Alma del Mundo en la naturaleza del hombre,
decía estas palabras: "Ego somos,
cuerpo tenemos, pero nos falta trabajar el mediador, el alma”, la energía que
nos anima, aquella fuerza omnipenetrante que se manifiesta como salud a través
de la vitalidad, como instinto (de supervivencia, de alimentación y genitor),
como acción fecunda a través de la emoción y el deseo, como mente, como
imaginación y como sensibilidad.
CONSTITUCIÓN
FÍSICO—PSÍQUICO Y ESPIRITUAL DEL SER HUMANO
(Unión con Dios)
Ego: Consciencia
Alma:
Estratos del Alma: Ternura -Bondad
Inspiración
Imaginación
Mente Abstracta y Mente Racional
Emoción
Instinto
Cuerpo: Vitalidad
Materia
En el taller, templo
o laboratorio de evolución llamado cuerpo, mientras estamos despiertos y
activos, constantemente el alma va actuando en los diferentes estratos, siendo
el instinto el más bajo de todos.
Dijo el Adepto K.H., que “la sensibilidad es la razón de ser del instinto en plantas y animales y de la autoconsciencia en el hombre”. Es decir, que el alma se manifiesta como instinto, para que los microorganismos, vegetales, animales y humanos luchen por la supervivencia (instinto de conservación), y para que a través de la generación (instinto de reproducción), pueda la vida continuar su derrotero evolutivo manifestándose permanentemente a través de nuevos cuerpos, de nuevas formas.
El instinto es
totalmente natural, es el estrato más bajo de la naturaleza del alma. El ser humano se deja guiar por el instinto
y gracias a él somos eternos a través de la generación, permitiendo que otros
Egos puedan encarnar y continuar la evolución.
Somos tan eternos a
través de la semilla, que muy probablemente seamos descendientes de alguien que
en algún remoto pasado estuvo en
Grecia, en Egipto, en Persia o en la India, probablemente en línea directa a
alguno de nosotros genéticamente hablando, relacionándonos directamente con el
poder de la semilla (el ADN). Es
probable también que hayamos engendrado a alguien que sucesivamente en esa
secuencia de eternalidad a través de la semilla, hoy, al volver a encarnar
después de miles de años, seamos descendientes directos de nosotros mismos.
La vida es el
mediador entre todo cuanto existe tanto en el macrocosmos
Dios—Naturaleza—hombre, como en el microcosmos Ego—Alma—cuerpo. De manera que somos hijos de nuestro pasado
a través de la semilla, a través del instinto genitor, pero ese instinto
genitor, siendo natural en los microorganismos, vegetales y animales, siendo
usado únicamente en esos reinos cuando llega el momento en que el aspecto
femenino está preparado para ser fecundado, en el hombre, en el ser que algún
día llegará a ser un Dios, es usado generalmente para satisfacer las más bajas
pasiones, agotando progresivamente la savia del árbol de la vida del cuerpo
humano, convirtiéndose en un ser cada vez menos inteligente, menos armonioso,
menos sensible, menos saludable, menos consciente.
El gran problema del
ser humano es que no quiere liberarse de la esfera del instinto en su aspecto
mundano. Pero el instinto guiado por el
amor entre el hombre y la mujer en un maravilloso abrazo de ternura y
espiritualidad, permitirá que Egos de mucha evolución puedan renacer.
Es por eso que sólo
ocasionalmente seres de gran evolución como el Señor Jesús, Buda, Platón,
Pitágoras, o los grandes y virtuosos maestros en cualquier campo, pueden
encarnar, porque es el instinto psicosexual el que acicatea la generación
universal y no la divina armonía espiritual.
Más sutil que el
instinto está la emoción, que es la fuerza del deseo que nos impulsa
constantemente a buscar aquello que necesitamos en un momento determinado, bien
sea para calmar nuestra hambre, buscar protección o porque nos hemos apegado a
algo que deseamos.
La emoción se
convierte en pasión, en una fuerza arrolladora, tremenda, que nos impulsa a
obtener aquello que se desea o que relativamente se necesita. Pero ni la emoción ni la pasión son
negativas; son energías solamente, y siendo natural en nosotros, debemos
aprovecharla para apasionarnos por la
sabiduría, por la belleza, por la espiritualidad, por el conocimiento, por el
servicio, por el arte, etc.
Aprovechar la fuerza
de la emoción canalizando esa energía del deseo siempre para obtener lo que realmente
necesitamos y no lo que caprichosamente queremos obtener, generalmente
lacerando la sensibilidad, y a través el dolor, obteniendo desafortunadamente
la relativa consciencia.
Instinto y emoción,
es lo que marca la evolución de las razas en sus primeras etapas, y si nos
referimos a los aborígenes que viven aún en un estado relativamente salvaje,
nos damos cuenta que viven únicamente en éstos dos campos: de la emoción y del
instinto. Solamente viven para reproducirse
o para satisfacer su impulso genitor, y a través de la emoción para obtener sus
alimentos y protegerse de las inclemencias del tiempo, y de sus enemigos. En ellos aún por secuencias de evolución no
actúa adecuadamente la mente.
La mente ha sido y es
importante, porque gracias a ella hemos llegado a las conquistas que la
tecnología y la ciencia nos ha mostrado hasta los actuales momentos de
evolución. La mente es importante en el
mundo tridimensional para conocer, para ayudarnos, para obtener muchas cosas
que necesitamos, pero es solamente un estrato del alma, un estrato inferior de los peldaños que
tenemos que lograr.
La mente tan
relativamente “luminosa e importante” para el occidental, lleva a que muchas
personas se vanaglorian de todo el conocimiento que obtuvieron en la
universidad, pero ese conocimiento no les pertenece, no es más que información
que otras personas se esforzaron por obtener y que uno simplemente derivó de
aquellos, habiendo logrado memorizarlos parcialmente. Tener buena memoria o tener un intelecto brillante, no nos hace
seres superiores; quizás superiores a aquellos humanos aborígenes que se
encuentran en estado salvaje, pero
todavía nos falta mucho camino por
recorrer.
Hay que alcanzar a
aquellos que lograron investigar, conocer, saber, todas aquellas cosas con las
cuales han iluminado nuestra mente, para que obtuviéramos el conocimiento que
ahora nos parece tan maravilloso.
Otro estrato del
alma es la imaginación. Cuando hablamos
de ella, nos referimos a un poder maravilloso que como humanos tenemos, y que
solamente están trabajando muy pocos seres en la evolución. Aquellos que en su meditación constantemente
y persistentemente están imaginando conocer alguna ley, conocer algún secreto
de la naturaleza, saber algo diferente de lo que la humanidad conoce, está entrenándose
en el campo de la imaginación. El
arquitecto, el ingeniero, el sabio, el investigador, el artista, el poeta, el
escritor, el músico, comienzan su trabajo en éste campo.
Lo que queramos
saber, lo que queramos conocer, debemos primero utilizarlo como un germen que
la imaginación implanta en la psique, para que nuestra alma, pueda tomar
contacto con el vórtice gigantesco de consciencia, de vida y de poder que es el
Alma del Mundo, que se manifiesta en nuestro sistema a través del Logos Solar,
y a través del subconsciente en algún momento la sensibilidad iluminará nuestra
consciencia y la inspiración habrá de aflorar necesariamente mostrándonos el
camino.
Es lo que hacían los
grandes inventores. Tomás Alba Edison
imaginaba persistentemente algo que él quería llegar a conocer, se entregaba al
sueño y de un momento a otro despertaba con la solución de aquello que tan
persistentemente había imaginado. A
través de la imaginación lograba tomar contacto con la sensibilidad cósmica del
Alma del Mundo, y así inspiraba su endoconsciencia (consciencia interna) y de
ésta afloraba la información a la consciencia racional a través de los sueños.
Cada vez que se
tengan problemas que resolver o cuando se necesite saber de algo que se ignora,
se debe imaginar el problema, la situación, aquello que se quiere conocer, con
persistencia, varias veces a lo largo del día, pero no permanentemente. Meditar e imaginar unos momentos, y luego
abandonar esa imagen, dedicándose a las ocupaciones rutinarias. Rato después, traemos nuevamente la imagen a
nuestra psique, para abandonarla de nuevo, y antes de entregarse al sueño,
imaginar otra vez la situación mientras se va quedando dormido.
En cualquier momento
de los días siguientes a través del sueño o durante el día, se obtendrá la
respuesta a nuestra inquietud, bien sea solucionando la situación o encontrando
la forma de resolverlo. Nuestro Ego
habiendo sido iluminado por la imaginación y la sensibilidad a través de la
inspiración, ha tomado contacto con la Mente Cósmica que tiene la solución a
todos nuestros problemas, y ella tomando contacto con nuestra consciencia
interna —subconsciente diría la psicología—, endoconsciente como dicen los
Rosacruces, progresivamente iluminará la consciencia, teniendo la respuesta a
nuestros problemas.
Miremos hasta dónde
la humanidad ha venido trabajando, hasta dónde viene nuestra evolución, pero
todavía lo que falta por trabajar es mucho y de mucha trascendencia.
El Señor Jesús, quien
había logrado tomar contacto consciente con los diferentes estratos del alma
hasta el mundo de la sensibilidad, mostró la magnitud de lo que es educir el
Cristo interno, tomando contacto con el átomo del Cristo en el corazón. En él todo era sensibilidad que manifestaba
como ternura, bondad, amor, compasión y como divina inspiración
espiritual. Por eso la humanidad no
olvida ni olvidar puede a un ser de tal magnitud.
Pero si había logrado
tal magnitud trabajando hasta el nivel de la sensibilidad, ¿cómo llegará a ser
de importante, de trascendente el ser humano cuando haya logrado trascender
hacia el mundo de la consciencia o del Ego, y después tomar contacto con la
ultrasensoconsciencia que es la consciencia cósmica, la unión definitiva con
Dios?
¿Cómo podemos
entrenarnos en el campo de la imaginación?
Hay una práctica que enseñan los gnósticos Rosacruces, que es realizar
una meditación con una semilla real, genuina, de cualquier planta, colocada en
la palma de la mano. Palparla,
sentirla, intentando percibir y comprender que en esa semilla está durmiendo la
vida, que es la mediadora entre Dios y el hombre, entre la Vida Cósmica y el
poder germinal maravilloso qué encierra en sí.
Con la imaginación
llevamos esa semilla a un sitio donde vamos a plantarla, la colocamos en tierra,
le echamos agua, imaginamos cómo la vida que se encuentra en esa semilla,
tomando contacto con la mente cósmica, permite que cada una de las células,
moléculas y átomos de ella entren en actividad, en vibración, absorbiendo el
agua, asimilando las sales químicas que se encuentran en la tierra, fijando el
aire que como molécula la penetran y recibiendo el calor solar, para que a
través de todo ese proceso maravilloso despierte la vida, haciendo que las
células crezcan, se desarrollen, emergiendo la raíz y la pequeña plántula,
creciendo hasta convertirse en un portentoso árbol, el cual ha de producir
flores que liberarán un aroma maravilloso que incluso parece percibirse, porque
al tomar contacto con el Alma del Mundo, tomamos contacto con la planta, con el
árbol, de la cual esa semilla es solamente una parte y psíquicamente
percibiremos el aroma de la flor.
Continuando con la
imaginación en ese trabajo maravilloso, observamos cómo a la flor llegan
insectos, aves, el viento, etc., que producirán la polinización, luego la flor
cae, pero queda el fruto que va creciendo y que habrá de producir nuevas
semillas.
De ésta manera vamos
comprendiendo que el germen, la semilla, es lo más importante que puede
existir, porque con una semilla se puede producir otro cuerpo y ese cuerpo
habrá de producir semillas y más cuerpos.
Cuando ya estemos
entrenados en esta práctica, llegará el momento en que ayudados con la
imaginación creadora, iremos a nuestra propia esfera germinal, para meditar en
el poder de la semilla en nosotros.
Imaginar cómo el hombre y la mujer y en un abrazo de ternura, de amor,
de espiritualidad, de dulzura y de cariño, al fusionar sus cuerpos, sus
gérmenes también tendrán la posibilidad de hacerlo. Imaginar cómo la Vida Cósmica, el Alma del Mundo, lo Divino, que
en ese momento es UNO con el ser humano, les permite engendrar otro ser, a
través de la fecundación.
Imaginar cómo esas
semillas duplicándose por mitosis, van originando un pequeño embrión que se
habrá de convertir en feto, y éste, en un bebé que saliendo al mundo a través
de la puerta de la creación, el canal que la naturaleza tiene adecuado para ese
proceso, viene a este mundo tridimensional a proporcionarnos alegría, felicidad
y plenitud espiritual, porque como progenitores amamos a ese ser que con amor
hemos engendrado.
Siguiendo en la
meditación con la imaginación, le vemos crecer, ganar en aptitudes, aprender
mil cosas, convertirse en un ser de carácter, de voluntad, de decisión,
observando como se convierte en niño, luego en adolescente y después en un
adulto pleno de inteligencia, de bondad, de amor, de espiritualidad, en un
prohombre de la raza, o en una mujer bella, dulce, sensible, inteligente y
espiritualmente maravillosa también, en seres que habrán de ser especialísimos
para la evolución del mundo.
Al entrenarse en ese
proceso mágico—magnético de la imaginación a través de la meditación, cuando
llegue el día en que se vaya a ser progenitor, el trabajo hecho durante la
meditación con la imaginación, canalizará las energías del Alma del Mundo en
nuestra propia naturaleza, permitiendo que ese proceso sutil y maravilloso de
engendrar un nuevo ser, pueda cumplirse en ese mismo estado espiritual en el
cual se ha trabajado durante la meditación, y así por fin, seres de más
evolución espiritual que nosotros habrán de renacer; habrán de venir a
mostrarnos el camino del perfeccionamiento interno, porque tienen un mayor
nivel de evolución.
Los Rosacruces
cultivan el alma; son almistas ciento por ciento, saben que es un trabajo
interno, que no es creyendo pasivamente lo que los demás quieren hacernos
creer, que el desarrollo interno es un trabajo permanentemente, sutil y divino,
que ha de darse a través de encarnaciones sucesivas de trabajo espiritual.
Fijémonos en cuál
estrato del alma estamos trabajando o en cuál nos mantenemos con mayor
frecuencia. Así sabremos nuestro nivel
de evolución; pero debemos llegar más allá, aspirando a la meta que el Señor
Jesús expresó: "Lo que yo hago lo
haréis vosotros pero cosas más grandes haréis", es decir, llegar al
estrato superior del alma, la divina sensibilidad. Pero él con su sabiduría infinita sabía que faltaba llegar al
estrato del Ego y luego hacia la Consciencia Cósmica, las energías del Alma del
Mundo, que es la finalidad de la evolución.
Y ¿para qué tanto
trabajo, para qué tanto perfeccionamiento?
Para algún día convertirnos en Logos, en dioses, en creadores, emanando
de nosotros por nuestro propio poder y voluntad, nuevas chispas divinas, nuevas
almas que habrán de convertirse en pequeños vórtices de consciencia llamados
Egos, y con toda la experiencia acumulada por millones de años de evolución,
ayudarles a que recorran un camino análogo, más no igual, al que hemos
recorrido, y mientras tanto proseguir ese sendero de perfeccionamiento hasta el
infinito, porque el perfeccionamiento no tiene no puede tener fin.
Esa es la labor de la evolución queramos hacerlo o no, aceptémosla o no. No es venir a conseguir fortuna, aunque es necesaria para tener una vida digna. No es tener los más hipertrofiados músculos en un cuerpo que tarde o temprano habrá de volverse viejo y deberemos abandonarlo. Ni tampoco llenarnos de vanidad intelectual con conocimientos ajenos, sino entrar al templo interno, comulgar con el alma, la divina sensibilidad en nuestro corazón, y de allí derivar el conocimiento que se ha ido acumulando a través de millones de años de evolución. Esa es la labor, esa es la finalidad infinita que tenemos como seres humanos.
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